Una historia acerca de las siniestras apariciones en el camino de «la alameda»

 

Relatos orales cuentan que la actual Santa Marta de Liray, en un pasado no tan remoto, fue escenario de eventos fuera de lo normal. La mayoría de dichos eventos habrían sido protagonizados por el diablo, principalmente a lo largo del Camino al Cerro. Al día de hoy no ha sido posible precisar el origen de estas narraciones, tampoco hay antecedentes que den cuenta de sucesos traumáticos que detonaran tales manifestaciones en el sector. Solo contamos con la valiosa memoria oral.

Comuna de Colina, Región Metropolitana (Base mapa I.G.M, 1919)
Linea roja: camino al Cerro, Comuna de Colina. (Base mapa I.G.M, 1919)

 

La siguiente historia está inspirada en una experiencia real.

 

Un extraño encuentro nocturno

Las hábiles manos de Nicolás Quintanilla estibaban con premura un carretón al tope de melones. Deseaba finalizar pronto su trabajo ya que para esa noche, del 20 de enero de 1950, estaba invitado a una fiesta de matrimonio. Sin embargo, mientras hacía los últimos ajustes, se cuestionó si realmente le complacía ir, ya que del tiempo que llevaba viviendo en el Fundo Santa Marta sus habitantes no hacían más que hablar sobre las siniestras apariciones del diablo que se sucedían en el sector. Esta situación lo tenía un poco cansado ya que él no daba crédito a esos sucesos, de manera que hacía lo posible por evitar el tema, prefiriendo mantenerse al margen de la psicosis diablistica que tenía en la intranquilidad a los lugareños. Pero finalmente, como hombre de palabra, pese a sus reticencias, decidió  ir de todas maneras mal que mal se trataba de la fiesta de matrimonio de una amistad coterránea de la otrora tierra batucana de Santa Sara.

Cerca de las nueve de la noche Nicolás posicionó dos caballos al carretón cargado de melones, que al alba tenían por destino la Vega Central, partiendo rumbo a la fiesta  matrimonial. Enfiló por el camino al cerro, conocido como «la alameda» por sus  jóvenes álamos que alegraban el tránsito. Guiando los serenos caballos iba contento, con el entusiasmo propio de sus 26 años recién cumplidos, dispuesto a pasar un momento grato y a seguir disfrutando, como le decían los mayores, de su soltería… ignorando aun que aquella noche quedaría por siempre grabada en su retina.

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En eventos importantes como un casamiento era posible compartir con gente de fundos más distantes y de encontrarse con casi toda la población de Santa Marta y Liray, que por entonces, entre ambos, no superaban los 160 habitantes.

Nicolás, de principio a fin, pudo constatar que la celebración estaba muy festiva, al más puro estilo del campo chileno con bastante comida, carne, vino y ponches que eran amenizados con la música de  una antigua vitrola que se turnaba con guitarras y acordeón. Pasada la medianoche había bebido solo dos copas de vino, pero había comido y reído en abundancia, y  pese a lo bien que lo estaba pasando comenzaría a mirar continuamente el reloj, la responsabilidad lo llamaba y debía marcharse pues tenía que madrugar para trasladarse a la Vega. Sumando unos bailes y una copa más, le dieron la una de la madrugada, que fue la hora en que finalmente se retiró del lugar de la fiesta.

Una vez sentado en su carretón, para comenzar su retorno, escuchó a lo lejos el ‘croac’ de un sapo, tras ello estimuló a  los caballos para que lo encaminaran hacia su casa. La noche estaba quieta y a medida que el movimiento del carretón comenzó a hacerse constante solo sentía las ruedas chocando con las abundantes piedras del camino de tierra. Los arboles a ambos lados del camino hacían que la noche se percibiera más oscura, no era algo que a él lo inquietara «¡así era en el campo!»

Habiéndose desplazado varios metros en medio del oscuro silencio se hizo sentir el canto de un chuncho, estaba próximo al tramo del camino donde se presentaban unos añosos olivos. En aquellos días, cualquier cantar nocturno se adjudicaba al temido tue tue, sin embargo, para Nicolás escuchar un ave en la noche no significaba señal alguna, era simplemente un pájaro de noche. Finalmente comenzó  a atravesar el tramo que los pobladores afirmaban poseía energías del mal, dado los sucesos paranormales que ocurrían a lo largo del camino pero principalmente en los potreros que circundaban los olivos y que, por lo mismo, casi nadie se atrevía a transitar de noche sin compañía. Ya era comentado por todo el sector que circulaban tenebrosas carretas conducidas por el mismo Satanás, otras eran dominadas por fantasmagóricas monjas, a ello se sumaba un sinfín de oscuras siluetas que se dejaban ver brevemente por entre los árboles, incluso algunos afirmaban que de la nada, allí mismo, se desplegaban centellas. Los más abuelos  adjudicaban como el origen de esas manifestaciones a un entierro que se habría realizado en el lugar, para ellos todo indicaba que en el pasado habían acaecido acciones inquietas.

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Desde luego Nicolás era del pequeño grupo de escépticos y no hacía caso a esas historias, de hecho, creía más en la imaginación de las personas. De modo que continuó avanzando como si nada en medio de la oscuridad… hasta que de pronto escuchó unos fuertes golpes provenientes de los olivos. Sus caballos se inquietaron y tendieron a dar la vuelta pero Nicolás los guió para continuar el camino, a medida que se fue acercando al lugar de los ruidos comenzó a ver un bulto más oscuro que la misma noche. Los caballos de su carreta nuevamente se dieron la vuelta y Nicolás nuevamente los hizo retornar la marcha, estaba decidido a ver de qué se trataba. Era evidente que contaba con una cualidad muy necesaria en esos días: no ser  miedoso.  A medida que se aproximaba a un rustico portón de madera, que accedía al potrero, comprobaba que la silueta negra iba aumentando su volumen ya superando  los dos metros de altura. Para cuando la tuvo en la mira decidió bajarse del carretón, fuera lo que fuera ya sea el satanás o un ser de sombra, quería confirmarlo con sus propios ojos de manera de poder contar la historia completa. Fue así que recogió una piedra con su mano derecha y recordó lo que alguna vez había escuchado decir a su madre: “las visiones extrañas se detienen con la mano izquierda”, pues eso hizo, levantó su mano izquierda y con la derecha lanzó la piedra hacia aquella extraña silueta negra.

No supo si realmente la piedra dio en el objetivo, de lo que sí pudo dar crédito fue que al arrojarla el ser oscuro fue adquiriendo la forma de un caballo afirmado en el portón,  parado en sus dos patas traseras. Acto seguido el animal dio un fuerte relincho, echando al suelo parte del portón, para salir corriendo a toda velocidad en dirección al cerro. Nicolás lo vio perderse  rápidamente en la noche, dio un respiro profundo y se dijo así mismo:

– ¡Era solo un potro!

Se subió a su carretón y continúo con su itinerario.

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Haya sido o no aquello una figura de connotación maligna, para Nicolás, que no nutría los sucesos de miedo, solo quedaría como un hecho anecdótico. Perspectiva distinta a la que tenía el grueso de los pobladores de Santa Marta que en las semanas siguientes no dejarían de especular que aquello había sido una manifestación más del diablo. Para ellos no era ninguna casualidad que aquel hecho hubiera ocurrido justamente en el sector que se consideraba “cargado”, es por eso que comenzaron a consensuar  que ya era tiempo de solicitar intervención cristiana en virtud de despojar cualquier entidad del mal de sus tierras.

Fin

Alameda en 1969
Vista de parcial de la alameda de Santa Marta (1969) 

 

*Historia inspirada en las memorias de don P.H.C. (Junio 2003)

Liray: El Camino del Diablo

Dicen que hace muchísimos años el Diablo se desplazaba sobre una carreta por el camino Liray. Sí, el mismísimo Demonio, Maldito, Condenado, Maligno, Mandinga, Patas Verdes, Perverso, Cachudo, Lucifer, Satanás, Diantre, Azufrado, Colulo, Cachos de Palo, Cola de Ballico, Chambeco, Demonche, Satan, Señor de las Tinieblas, Tiznado, Discreto, Cola de flecha, Diente de oro, Malulo… o también conocido como Cuco… cuenta la leyenda que atemorizó por algún tiempo a los antiguos habitantes de la actual localidad de Santa Marta de Liray.

Esta narración llegó a tener bastante eco que incluso habría sido recreada en radioteatro por el programa «Lo que cuenta el viento» de radio Portales. Este fue un famoso programa que narraba leyendas del campo chileno, el Diablo solía ser el principal protagonista y quienes  aportaban el grueso de las historias eran los propios auditores (Desconozco si aun existe dicha grabación).

Lo particular de este relato local, es que explica la razón por la que se enclavó una cruz, sobre un mojón de piedras, en una curva del camino Liray.  Esta cruz en cuestión ya no existe, sin embargo, cruces de este tipo sobre altares de piedra hasta hoy perduran en Colina, son fáciles de identificar, ya que solían ponerse a la entrada de los fundos o en ciertos caminos como una señal de piedad, devoción y/o protección.

Liray: El Camino del Diablo

¿Has escuchado alguna vez un tropel de caballos en el silencio de medianoche? Es un sonido que inunda los sentidos de miedo, siendo doblemente agobiante  si  a lo  lejos viene acompañado de una burlona risa… la risa del Diablo.

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Durante las primeras décadas del 1900, de una costilla de la antiquísima Hacienda de Liray, nació el Fundo de Santa Marta. Mirando hacia la puesta del sol, Liray se ubicaba a la izquierda del Camino Liray  y a su vez Santa Marta quedó a su  derecha. La zona era un sector intermedio entre el pequeño pueblo de Colina y las tierras de Batuco.

En su génesis el camino de Liray era un camino más de tierra, el cual en algunos tramos se hacía estrecho por la abundancia de matorral y zarzamora, tornándose de aspecto tétrico durante las noches. Por aquel entonces, la luz eléctrica era un lujo capitalino, y desde luego,  un privilegio propio de la casona patronal de Liray, y de la nueva casa del dueño de Santa Marta. El patrón de este Fundo era un hombre piadoso de las leyes cristianas, eso explicaría que decidiera bautizar su nueva propiedad con el nombre de la patrona religiosa para su protección. La producción de las tierras de este bienintencionado patrón pronto ascendió,  por lo que se vio en la necesidad de contar con más trabajadores,  de modo que comenzaron a asentarse en Santa Marta nuevas familias procedentes de fundos  vecinos, entre ellos Liray.

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